viernes, 24 de mayo de 2019

24 Reportaje [Pueblo Nuevo, Gto.]



Poco después de las elecciones, la turba prendió fuego al palacio municipal de Pueblo Nuevo. Los rijosos aseguraban que la alcaldesa electa había conseguido el triunfo, sí, pero a base de ardides y triquiñuelas, propios del viejo sistema caciquil que gobernara hasta entonces.
—¿Y cuándo cree que esto termine? —pregunté al líder opositor.
—Cuando de verdad seamos un pueblo nuevo, señor periodista. Póngalo así en la nota.

viernes, 26 de abril de 2019

23 Reír al último [Pénjamo, Gto.]



El enorme semental emérito de la granja porcina “Pénjamo”, dejó escuchar su voz grave y ancestral:
—Mi origen se remonta a la Odisea de Homero: desciendo de aquellos marineros hechizados por la bruja Circe, en la isla de Eea. Mi tatatatatarabuelo fue filósofo en la célebre piara de Epicuro ―gruñe, hunde la trompa en el comedero, traga, vuelve a gruñir, altivo―. ¿Y tú? ¿De qué cosa puedes presumir?
De semblante generalmente parco, el cuchillo del carnicero suelta una fría y estrepitosa carcajada.

martes, 12 de marzo de 2019

22 El Cóporo [Melchor Ocampo, Gto.]



De vez en vez en la escarpada ladera de una montaña o en el llano, antiguos pueblos y ciudades perdidos escarban la tierra que les ha caído encima y asoman a un tiempo que ya no es el suyo. No ven más a los guerreros de cabezas rojas y huesos negros que las fundaron y defendieron de los invasores. Las noches a la intemperie ahora son frías y rebosan de silencio; y cada nueva y estéril mañana, se consumen bajo un sol que lo lastima todo. A El Cóporo, en la Sierra de Santa Bárbara, lo embarga la emoción cuando un viajante se acerca por el camino de Ocampo: desea fervientemente contarle cómo era su vida en otro tiempo.

miércoles, 6 de marzo de 2019

21 El Señor de Esquipulitas [Moroleón, Gto.]





Soy producto de un embarazo difícil, al grado que mamá llegó a pensar que nunca me lograría. Pero un migrante centroamericano de paso por el pueblo les regaló a mis padres la imagen de un Cristo sumamente milagroso. ¡Y aquí estoy! Por eso, cada año a mediados de enero busco una capilla en la que se venere el Cristo Negro, y de menos le llevo su ramito de rosas. Gracias al peregrinar que caracteriza a los de mi profesión, me he podido enterar de infinidad de relatos entorno al Cristo Negro Crucificado. Por ejemplo, la historia siguiente me la contó Melquiades Ocejo, sacristán de la Parroquia de Nuestro Señor de Esquipulitas, en la cabecera municipal de Moroléon, Guanajuato:
“Una día se metió en el templo un ladrón y se fue directo el altar del Cristo Negro, patrono de nuestra ciudad. Lo bajó de su nicho y ya se disponía a guardarlo en el bolso de lona que traía consigo, cuando una voz profunda le dijo: «¿Estás seguro que quieres hacerlo, amigo?». El ladrón apenas si se inmutó, no parecía sorprendido de que la imagen le hablara. Luego, no más por no ser descortés, le contestó que sí, que se lo iba a robar. Terminó de guardar el crucifijo en su bolsa de lona y se marchó por donde había venido. Un poco más tarde, una mujer entró al curato echando el alma por la voz: «¡Padrecito! ¡Padrecito! ¡Se robaron al Señor de Esquipulitas!». El padre Moisés, sereno como era su costumbre, pidió a la exaltada mujer que se tranquilizara. «¡Ya ni la amuela, padrecito! ¿Cómo me pide eso? ¡Se robaron a Nuestro Negrito! ¿Qué no ve? ¡Mejor no pierda más tiempo y avísele a la policía!». El señor cura se mantuvo en su postura; dijo que no era necesario hablarle a nadie, que aquello podía funcionar bien en el reino de los hombres, pero no en el de Nuestro Señor. Ante la mirada estupefacta de la mujer, que estaba a punto de salir corriendo a tocar las campanas para alertar a la gente de que en el pueblo andaba suelto un ladrón, el padre Moisés la hizo sentar en una banca, le sirvió un poco de vino de consagrar y le contó media docena de mini historias de Cristos Negros que jamás pudieron ser arrancados de los sitios que ellos habían elegido para vivir. Y en eso estaban cura y beata cuando entró por la puerta de la iglesia, como si nada hubiera pasado, Nuestro Señor de Esquipulitas”.
Intrigado, pregunté al sacristán:
—¿Y el ladrón? ¿Qué pasó con él?
—Aquí me tiene, pagando mi crimen por los siglos de los siglos...

martes, 19 de febrero de 2019

20 Echar reja [León, Gto.]



Así le decimos en León a las citas amorosas —me dijo el padre de la joven que entonces cortejaba, orgulloso de sus tradiciones—. Por lo que he podido investigar, la expresión tiene su origen en la época de la Colonia: cuando un hidalgo recibía la anuencia para visitar a una doncella, la mejor chaperona no era una anciana que siguiera a la pareja a todos lados, sino que los novios se vieran a través de los insobornables barrotes de hierro de un balcón.
A tan docta explicación, concedí al cronista leonés mi sonrisa más estúpida.
—Pero los tiempos han cambiado mucho, joven, así que quite esa cara de espanto y pasemos a la mesa.
Han transcurrido veinticinco años y dos hijos desde aquella charla. Hace mucho que mi suegro dejó de interpretar su papel de hombre culto y orgulloso de sus tradiciones. Hoy, triste parodia de lo que fuera en el pasado, se desternilla de risa como un idiota a la menor provocación. Hace un momento, al ver el enojo de mi mujer cuando le dije que esta noche saldría con mis amigos al billar, el viejo zonzo soltó sin más una grotesca risotada. Luego agregó:
—Por cierto, la otra acepción que tiene por este rumbo “echar reja”, y que no te dije entonces, querido yerno, no necesita de ninguna explicación: el matrimonio ya lo ha hecho de sobra, ¿no es así?