lunes, 27 de abril de 2015

Insensatez


“¡No!”, grita mamá del otro lado del teléfono, su voz tiene ese tono que te arranca el deseo de seguir en la fiesta. Contrariarla sería retar su ánimo volátil, arriesgarme a vivir el resto de mes sin un peso en el bolsillo. Mujer de pocas palabras, sabe muy bien cómo administrarlas: “Te quiero en casa ahora mismo, Julián”.
“Ya me tengo que ir”, anuncio a mis amigos. La avalancha de bromas no se hace esperar: “Que te vaya bien, Ceniciento.” “¡Cuando me enamore, será de un bello durmiente como tú!” “¡No olvides dejar la zapatilla en la escalera, puto!”. “¡Apúrale o el metro se te hará calabaza!”.
La calle es una mancha larga y fría, solo comparada con mi enfado. Desde que papá murió, mamá se ha convertido en un espectro que me sigue a todas partes. Basta dar un paso fuera de casa para sentir sus manos sujetándome, escuchar su voz en el silencio, ver sus ojos, siempre atentos, aun en la mirada ajena de un extraño. Ahora mismo, es ella quien detiene el autobús, buscaba una moneda en el bolso y paga mi pasaje… Pero no será por mucho tiempo: espero que la próxima vez la muerte no se equivoque, y la encuentre primero a ella, al fin ya es el último miembro de mi familia.

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